Un homenaje a Ángel Escobar / Armando Añel




Angel Escobar
 Este año 2013 marca el décimo sexto aniversario de la muerte del poeta afrocubano Ángel Escobar, uno de los escritores más importantes del siglo XX en Cuba y, a mi modo de ver, uno de los pocos relevantes formados a la sombra del socialismo real. Escobar nació en Guantánamo el 3 de marzo de 1957 y se suicidó en La Habana en febrero de 1997, lanzándose al vacío.
No sólo fue Ángel Escobar un poeta diferente, sino que, como afirma Francisco Morán, su obra contiene “una de las lecturas más amargas que de la utopía revolucionaria se hayan producido en Cuba”. Entre sus libros publicados figuran los poemarios Viejas palabras de uso (1977), Epílogo famoso (1985), La vía pública (1987), Malos pasos (1991), Todavía (1991), Abuso de confianza (publicado durante su estancia en Santiago de Chile, en 1992), Cuéntame lo que me pasa (1992), Cuando salí de La Habana (1997) y, póstumamente, El examen no ha terminado y La sombra del decir.
A continuación tres piezas del gran poeta, a manera de homenaje.



HILO ACOSA


HIERRO al anhelo, al roce de la melancolía.
Hierro a los ojos que vuelan ante ti
como ninguno. Al pie puesto en la danza,
hierro; y a la mano que no transige ni se cansa,
hierro —a la cabeza, al plexo, al pulso,
hierro: chasquidos, punto, fiera: golpes,
galope, abuso sobre la espalda del deseo —
herrumbre, pudrición; y a una costumbre,
a un vicio, hierro: dónde poner los párpados —
zahieren, te meten en el frío procaz, sabacanecucho,
idiota: vuelta ante ti: hierro al pájaro,
al duende; mutilado de ti, nada te inventa —
hierro que rechina y salpica, mundo ciego —
hierro, azogue, taladro, cercena, perforando
la dicha, el cráneo, el útero—rompiente,
huérfano, desmedido, chiquito: un verbo, un verbo
para parar la seña, el arquetipo, la forma —
un verbo, una presencia, alguna zarza al fuego,
granos, una caricia, y no a la harina hierro, no —
por qué entre hierro e hierro la boca del corazón
se aterra—: párale, párale; párate, mendaz Imperio,
fúgate; saca ese atroz punzón de mis entrañas;
déjame al menos sueño, vigilia: este desierto
blanco me aniquila, y cuando llego al borde,
al límite —espejismo sinfín—, tan solo encuentro
hierro. Hierro. Hierro.



EXHORTACIONES AL PERFECTO


MÍRAME bien / ves esta cara redonda como el parche
de algún tambor de feria / te pregunto
la ves/ tú estás seguro que la ves
si así es puedes rajarla no más con proponértelo
lo harás cogiendo tus baquetas golpeando
un poquito más duro que antier / te aseguro
que hoy no hará la misma fuerza que mañana
rómpela / pronto / rómpela
no te detengas / yo me torné inmaduro difícil cuestionable
yo conservé el error y la posibilidad de lo imperfecto
yo celebré el desliz que salía caliente de mi plexo solar
y de mi cara
metía y meto la pata en cualquier hueco y el riñón
menos apto y el pulmón y la cara /
mira qué fallo cometió el universo
al empujar tantos litros de sangre a este abandono
acercarte perfecto
puedes coger el martillo / hacer añicos
mi cara / este trozo de terracota mal moldeada
yo sé que piensas que se parece a un cero / pues no
lo pienses más / decídete y golpea
que el cero es una posición muy incómoda
ven machácala y anda / machácala y trota
podrás hacerte un escalón
cuando ya esté mi cara derrumbada

PARÁFRASIS SENCILLA


YO pienso, cuando me aterro,
como un Escobar sencillo,
en aquel blanco cuchillo
que me matará: soy negro.

Rojo, como en el desierto,
salió el sol al horizonte:
y alumbró a Escobar, ya muerto,
colgado, ausencia del monte.

Un niño me vio: tembló
de pasión por los que gimen:
y, ante mi muerte, juró
lavar con su vida el crimen.
 

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